El que camina al lado

El hombre no es realmente uno, sino dos.

Fue en la faceta moral, y en mi propia persona, donde aprendí a reconocer
la completa y primitiva dualidad del hombre;
me di cuenta de que, de las dos naturalezas
que luchaban en el campo de batalla de mi conciencia,

aun cuando podía decirse con razón que yo era cualquiera de las dos,
ello se debía únicamente a que era radicalmente ambas.

El mal (al que todavía debo considerar el lado letal del hombre)
había dejado en aquel cuerpo una impronta de deformidad y de decadencia.

(Fotografía de doble exposición del actor Richard Mansfield en el papel
dual de Jekyll & Hyde que interpretaba en el teatro a finales de la década de 1880)

Y, sin embargo, al contemplar en el espejo aquella fea imagen,
no sentí la menor repugnancia, sino más bien un impulso de bienvenida.

Las líneas anteriores corresponden a los pensamientos del Dr. Jekyll respecto a su yo oculto: Mr Hyde. Así describió Robert Louis Stevenson un fenómeno que podría entenderse como una analogía del desdoblamiento de personalidad, o que simplemente, y que es lo que yo veo en la novela El Hombre duplicado de José Saramago — o en El bigote de Emmanuel Carrère —, podríamos estar ante esos yo internos que anidan en nuestra mente y nos persiguen. O nosotros los perseguimos a ellos, depende del día.


La idea de que el otro, el interior/oculto, es maligno, parece encubrir algo que disfrutarían analizando Sigmund Freud o Michel Foucault: una represión/censura de ciertas partes de nosotros mismos. Podría no ser más que una manifestación de lo que guardamos en nuestro interior (pensamientos, ideas, deseos), que censuramos hasta tal punto que si aparecieran manifestados en carne y hueso sería en forma de un doble perverso. O, al menos, así aparece en múltiples ocasiones en nuestra cultura, bien sea en la literatura o en el cine.


No es de extrañar que alguien que escribe explore esto. Al escribir ¿no nos convertimos en otros, no tenemos dobles en cada uno de los personajes de nuestras historias? Los antagonistas, en los que reflejamos también esa parte más recóndita de nuestra alma, son igualmente partes de nosotros mismos. Quizá no les pase a ustedes, pero a mí me pasa. Por eso desde que vi Enemy (2013) y posteriormente leí la frase que abre el libro de Saramago en el que está basado la película, no pude quitármela de la cabeza:

Muchos análisis sobre la película de 2013 interpretan todo desde el punto de vista masculino, porque Denis Villeneuve otorga un papel a la mujer del protagonista (embarazada), que parece reflejar que sus miedos y obsesiones giren en torno a ella (futura paternidad, crisis masculina de hombre de mediana edad, y similares).


Todos esos detalles han sido introducidos por su director, Denis Villeneuve, y no están presentes en la novela de Saramago, la cual veo mucho más pareja al libro de Carrère, El bigote, que él mismo convertiría en película: La Moustache (2005). La novela de Saramago despertó en mí el siguiente interrogante ¿y si pudiéramos escapar de nuestro yo actual y ser otros? En El bigote es más bien un volver a rescatar un yo pasado, quizá uno de un momento en el que éramos más felices, o uno que nos hacía sentir mejor — y puede que también estemos, como en el caso de Jekyll & Hyde ante el análisis de un posible trastorno mental —, pero la sensación general que yo descubrí viendo la película de Carrère y leyendo la novela, y por lo que la vi similar a la esencia de El hombre duplicado y a la dualidad de personajes que interpreta Jake Gyllenhaal en la adaptación de Villeneuve (como un hermano americano y menor del Vincent Lindon de La Moustache), es que hay momentos en los que querríamos escapar (póngale el nombre que quieran a aquello que les oprime, idea que Villeneuve explota también a nivel socio-político al hablar de los sistemas de gobierno que nos rigen, en un momento dado de su película) de todo, y reinventarnos a nosotros mismos.

La presencia femenina es similar en ambas tramas en algunos aspectos. Funciona como un recordatorio de una vida de la que uno trata de escapar de una forma u otra, como los amigos, familiares (en ambas hay constantes referencias a las madres) o el compañero de trabajo.

Aunque algo explotado por Villeneuve, está muy presente en la novela de Saramago la angustia de Helena, la mujer de Antonio Claro. En ella también hay un deseo de escapar. De su marido “actual”.


En la novela de Saramago el personaje se enfrenta a la reinvención de sí mismo, una y otra vez, a sus identidades, a sus sueños frustrados, a lo que anhelamos y no nos atrevemos a hacer, haciéndonos pensar ¿y si mañana cambiase todo, y si me despertara, me mirara al espejo y fuera yo pero fuera otra? En el caso de La Moustache sería coger un billete a Hong Kong y deambular por sus calles. En el de El Hombre duplicado dar vueltas por la ciudad, o intentar una escapada a un motel cercano, antes de cambiar de lugar para siempre.

¿Cambiaría todo entonces en nuestras vidas?

¿Se esfumarían todas las preocupaciones, fobias?

¿O seguirías sin poder pegar ojo?


En esa manifestación física del otro yo es imposible no ver también la figura literaria y cinematográfica del doppelgänger que, si quisiéramos traducirlo del alemán, sería algo así como “doble andante”; aunque también ha sido traducido por “el que camina al lado”. Esta idea apareció por primera vez recogida (según dicen ya formaba parte del folclore germano e incluso hay alguna manifestación similar en mitos nórdicos) en una novela escrita por Jean Paul en 1796. La historia que contaba Siebenkäs, ése era el título, era la de un hombre infelizmente casado que acude a su doble quien le aconseja que finja su propia muerte.


Der Mensch ist nie allein – das Selbstbewußtsein macht,
daß immer zwei Ichs in einer Stube sind. //
El ser humano nunca está solo: la conciencia significa que
siempre hay dos tú en la habitación.

En la literatura latina, mucho antes de Jean Paul, ya encontramos en Plauto el personaje de Sosias que representa de una forma diferente esa suplantación de identidades (de Shakespeare a Calderón de la Barca, posteriormente, han sido muy dados a esos disfraces y confusiones de personajes). Pero, sin duda, llama la atención como el que más antes de Saramago el caso del Dr. Jekyll — de ahí que me viniesen a la mente los Cooper de Twin Peaks de Lynch y los docteur Cordelier/Opale de Jean Renoir que aparecen en la primera imagen — y El doble de Dostoievski. En Lynch no sólo en Twin Peaks, donde llega hasta a utilizar el término doppelgänger, sino que en otras ocasiones (Lost Highway o Mulholland Dr. con guiños a Vertigo) ya hemos podido apreciar que es un fanático de la confusión de personalidades.


El detalle de que se llame Claro (Claire en la película), el Sosias del protagonista de la obra de Saramago no dejó de hacerme pensar en aquella teoría de algunos críticos de la época en que Nabokov publicó Lolita de que Clare Quilty, en su batalla final entre ambos, no era más que una proyección del propio Humbert Humbert, una proyección fea y despreciable de sí mismo, que al fin y al cabo no era más que la proyección de su propia alma, como si se tratara del retrato que guarda escondido el Dorian Gray de Oscar Wilde.


Creo en ti alma mía, el otro que soy no debe humillarse ante ti
ni tú debes humillarte ante el otro. [1]

Después de saltar de la cama fue corriendo a mirarse
en un espejito redondo que tenía sobre la cómoda. [2]

Quien ahora estaba sentado enfrente del señor Goliadkin era el terror del señor Goliadkin, la vergüenza del señor Goliadkin, su pesadilla de la víspera, en una palabra, era el propio señor Goliadkin. Enteramente idéntico al primero, de la misma altura, del mismo talle, vestido del mismo modo, nada, absolutamente nada, faltaba para una semejanza completa, de tal modo que si los colocasen uno junto a otro nadie, absolutamente nadie, se hubiese comprometido a decir cuál era el auténtico Goliadkin y cuál el falso, cuál el viejo y cuál el nuevo, cuál el original y cuál la copia. [3]

Había reconocido enteramente a su amigo nocturno.
Su amigo nocturno no era otro que él mismo, el propio señor Goliadkin,
otro señor Goliadkin, pero absolutamente idéntico a él…
En una palabra, su doble. [4]

Qué cara, murmuró Tertuliano Máximo Afonso cuando se miró al espejo, y de hecho no era para menos. Dormir, había dormido una hora, el resto de la noche la vivió bregando con el asombro y el temor descrito aquí con una minucia tal vez excesiva, perdonable sin embargo si recordamos que jamás en la historia de la humanidad, ésa que el profesor Tertuliano Máximo Afonso tanto se esfuerza por enseñar bien a sus alumnos, se ha dado el caso de que existan dos personas iguales en el mismo lugar y el mismo tiempo. En este momento, Tertuliano Máximo Afonso pasó a ser ese actor de quien ignoramos el nombre y la vida, el profesor de Historia de enseñanza secundaria ya no está aquí, esta casa no es la suya, tiene definitivamente otro propietario la cara del espejo. Se metió bajo la ducha y, aunque es, desde que nació, radicalmente escéptico en cuanto a las espartanas virtudes del agua fría, el padre le decía que no había nada mejor en el mundo para disponer un cuerpo y agilizar un cerebro. [5]

Mi nombre es Máximo Afonso, Un momento. El auricular fue dejado sobre la mesa, luego otra vez levantado, la voz de ambos se repetirá como un espejo se repite ante otro espejo, Soy Antonio Claro, qué desea, Me llamo Tertuliano Máximo Afonso y soy profesor de Historia en la enseñanza secundaria, A mi mujer le ha dicho que se llamaba Máximo Afonso, Se lo dije para abreviar, el nombre completo es éste, Muy bien, qué desea, Ya habrá notado que nuestras voces son iguales… He visto algunas de las películas en las que ha trabajado en los últimos años Tengo una buena razón para haberlas visto y sobre ella me gustaría hablarle personalmente, Por qué personalmente, No sólo en las voces nos parecemos, Qué quiere decir, Cualquier persona que nos viese juntos sería capaz de jurar por su propia vida que somos gemelos, Gemelos, Sí, más que gemelos, iguales, Iguales, cómo, Iguales, simplemente iguales. [6]

Cansada de haberse forzado a una inmovilidad contra la cual todos sus nervios protestaban, Helena finalmente se había dormido, durante dos horas consiguió reposar al lado de su marido Antonio Claro como si ningún hombre hubiese venido a interponerse entre los dos, y así probablemente seguiría hasta el amanecer si su propio sueño no la hubiese despertado de sobresalto. Abrió los ojos al cuarto inmerso en una penumbra que era casi oscuridad, oyó el lento y espaciado respirar del marido, y de pronto percibió que había una otra respiración en el interior de la casa. [7]

Cuando miró por primera vez su nueva fisonomía sintió un fortísimo impacto interior, esa íntima e insistente palpitación nerviosa del plexo solar que tan bien conoce, pero el choque no es el resultado, simplemente, de verse distinto del que era antes, mas sí, y esto es mucho más interesante teniendo en cuenta la peculiar situación en que ha vivido durante los últimos tiempos, una conciencia también distinta de sí mismo, como si, finalmente, hubiese acabado de encontrarse con su propia y auténtica identidad. Era como si, por aparecer diferente, se hubiera vuelto más él mismo. Tan intensa fue la impresión del choque, tan extrema la sensación de fuerza que se apoderó de él, tan exaltada la incomprensible alegría que lo invadió, que una necesidad angustiosa de conservar la imagen le hizo salir de casa, usando de todas las cautelas para no ser visto, y dirigirse a un establecimiento fotográfico lejos del barrio donde vive, para que le saquen una foto. [8]

Apartó los ojos del espejo. Sabía que la noche, como de costumbre, sería dura de pelar, que ideas contradictorias, obstinadas, exclusivas, se lanzarían al asalto de su cerebro, que él querría sucesivamente, seguro de no variar más, volver a coger el transbordador, salir corriendo hacia el aeropuerto, tirarse por la ventana, y que el deporte consistía en no hacer nada de eso, de forma que por la mañana se encontrase con vida, con el bigote creciendo, y habiéndose contentado con soñar con actos irremediables. [9]

Mi vida ha quedado conmocionada por completo; el sueño me ha abandonado;
el más atroz de los terrores me acompaña a todas horas del día y de la noche. [10]

Mara Vega


[1] Walt Whitman, Hojas de hierba
[2, 3, 4] Fiódor Dostoievski, El doble
[5, 6, 7, 8] José Saramago, El hombre duplicado
[9, 10] Emmanuel Carrère, El bigote

Las imágenes pertenecen a: Twin Peaks – The Return (2017), El testamento del Doctor Cordelier (1959), Twin Peaks  (1990/1991), Enemy (2013), La moustache (2005), Peter Pan  (1953), Psicosis (1960), Sopa de ganso (1933), How They Met Themselves (Dante Gabriel Rossetti, 1864), Lolita (1962, imagen promocional)