Nunca hemos estado en Auschwitz

La sangre se ha secado, las gargantas se han callado.

Los bloques ahora solo son visitados por una cámara. Una hierba extraña cubre los senderos una vez pisados por los prisioneros.

La corriente ya no circula por cables eléctricos. No se oyen más pisadas que las nuestras. 

Todo lo que leí sobre Auschwitz era mentira. Todo lo que estudié, también todo lo que vi. Hace tiempo cuando trabaja sobre el texto de Serge Daney, el travelling de kapo, cuando Daney, criticaba a Resnais, me posicioné a su lado. No entendía por qué Alain Resnais nos decía una y otra vez al comienzo de Hiroshima, que no habíamos visto nada. Ahora lo entiendo y sigo dudando. Auschwitz no existe, me oyes. No estamos allí. Estamos ahora. Solo estando en medio de este vacío inmenso, aquel agujero negro, comprendí, que yo no había visto nada de Auschwitz. Nunca hemos estado en Auschwitz le decía a Iratxe. A la gente suele impresionarle mucho el campo de abajo, yo lo llamo de abajo, porque tengo la sensación de que cuando nos desplazamos de uno a otro en aquel coche alquilado, subimos. Subimos hacia alguna parte. Definitivamente debimos subir. Quizá es porque recuerdo el poema, y pienso que construyeron una fosa en el aire. No lo sé. ¿Estamos ascendiendo en el tiempo? Como decía, a la gente parece que le impacta más ver detrás de una vitrina el pelo, los zapatos, las maletas de todos aquellos, como si eso no lo hubiésemos visto en las imágenes. Tantas veces. Ante pelo-piel-zapato-maleta, me sentí totalmente anestesiada: el holocausto de vitrina ya se había producido delante de mis ojos un millar de veces. Ese holocausto que vende.

Quiero vomitar.

El vacío, en cambio. Auschwitz-Birkenau, un foro romano, unas ruinas. Yo con Héctor en casa en Madrid estudiando arqueología de Roma, me sentía igual. Y sin embargo aquí, la piedra anaranjada sobre la piedra anaranajada. Hablan mis recuerdos, escribe mi memoria. Una extraña flor se mece con el aire frío, me agacho la miro, dentro del barracón ella hace fotos. Qué extraña esta comunión del campo de concentración, del campo de muerte con la naturaleza. A menudo nos enseñan que son dos cosas distintas, dos contrarios, naturaleza y muerte, cuando una contiene la otra, suceden todo el tiempo. 

La hierba fiel ha regresado de nuevo al patio de formar, en torno a los bloques.


Nunca estuvimos allí, aquí en cambio, andamos lentamente en busca de qué. No hemos visto nada en Hiroshima. No hemos visto nada en Auschwitz. Ahora, entonces quiero decir, comprendo aquellas voces en off, comprendo el reproche.
Estar allí. El hecho histórico. Pretender revivirlo.

Anhelar el selfie con el mono de rayas, el número tatuado con boli bic, la geometría apuntando el pecho.  Qué ironía. El teatro. La representación es una marioneta y pese a ello, siento que, la necesito. 

Incluso un paisaje tranquilo,

incluso una pradera con cuervos volando,

con siegas, con hogueras de hierba,

incluso una carretera por donde pasan los coches,

los labradores, las parejas:

incluso un pueblo de veraneo con campanario

y feria…

puede transformarse simplemente

en un campo de concentración. 

Caminé en busca de qué, entre las ruinas, sintiéndome totalmente enamorada de la persona que me acompañaba y pensaba, ¿se habría enamorado alguien en Auschwitz? ¿Habría habido relaciones sexuales? Censuro mis pensamientos. Estoy en Auschwitz. Muerte. Muerte. Muerte. Muerte. No cabe el amor. No cabe el sexo. 9 millones de muertos en ese paisaje. ¿Cómo restauró a las víctimas en el paisaje? Hay quienes no lo creen o sólo de vez en cuando. Me miro desde fuera.

Al tiempo, me enteré de los prostíbulos. Al tiempo, me enteré del amor de aquella judía con aquel oficial nazi, ambos trabajan en la zona de Canadá. En los barracones el olor, me gusta el olor, madera, algo amargo. Huele bien en los barracones de Auschwitz. Millones de fotos serpentean detrás de mis ojos, apoderándose de mi memoria. ¿Eran sus rostros tan distintos a los nuestros? Fuera del barracón, hay un espacio inmenso, natural, verde. En aquel tiempo el olor de los cuerpos quemados inundaba todo. El olor ha cambiado. Hay flores entre la hierba, me pregunto, habría flores entonces, ¿alguien tendría tiempo de mirar las flores o el sufrimiento el cansancio, oscurece tanto la mirada como para no ver? No lo sé.

 

Hoy, en la misma vía, el sol brilla. La recorremos lentamente. ¿En busca de qué? ¿Los rastros de los cadáveres que cayeron, cuando se abrieron las puertas? O quizás de aquellos conducidos a los campos a punta de pistola, en medio de perros ladrando y proyectores deslumbrantes, con las llamas del crematorio a lo lejos, en una de aquellas escenas nocturnas que tanto les gustaba a los nazis.

Auschwitz en ruinas, cualquier imbécil vería una foto aérea de esto, las piedras caídas, las chimeneas derruidas y no sabría diferenciarlas de unas ruinas romanas. Cualquier imbécil.  Hay unas rosas marchitas en una de las puertas. Algunos pétalos se han caído al suelo. No es que las flores lloren, es natural, un pétalo cae al suelo, y otro que comienza a caer se posa a su lado. El sonido de Auschwitz son pájaros cantando, murmullos.
Nosotras besándonos delante de los turistas que hacen fotos, en medio de aquel paraíso absurdo, en medio de aquel paraíso verde de árboles que ascienden al cielo, y también construyen una fosa en el cielo.
Vuelvo a las fotos de aquel día, y me veo en medio de los caminos que conforman Auschwitz-Birkenau. Nunca has estado en Auschwitz, Déborah. Mi nombre también tiene Auschwitz en el cielo de la boca. Me acaricias los labios con tus labios. Todo pasa todo el tiempo al mismo tiempo. Construyeron una fosa en el suelo, la llenaron de cenizas, quemaron la fosa en el suelo, la llenaron de cenizas. Para siempre una fosa en el cielo.
Andamos lentamente. En busca de qué.       

Alguien le hizo justicia al lenguaje. Una fosa en el cielo con letras de colores, neón. Conversaciones de amantes, conversaciones de cuerpos, piel contra la piel, sombra de muerte, y pese a ello, sexo, amor, amor, sexo. Nos besamos en todas partes, barracón, bosque, letrinas, delante de las gélidas aguas del lago de, Auschwitz. El árbol más alto lo he visto en Auschwitz, es el que nos lleva a la fosa en el cielo. Tu beso me lleva al cielo. La fosa se desdibuja. Pregunto. Cuánta belleza es esto el infierno. Nacen las flores y su olor se mece y mezcla con el viento y el olor de los barracones, huele bien.   

Con nuestra sincera mirada examinamos esas ruinas, como si el viejo monstruo yaciera bajo los escombros. 

Quería censurar a aquellos que llegaban a donde estaba yo y sacaban su móvil para hacerse un selfie. Auschwitz es un una especie de croma, como esos recortes de madera de las ferias donde sacas la cabeza y de repente te transformas en alguien vestido con el traje típico del lugar. Mono de rayas. Número tatuado. Estrellas de David sobre fondo amarillo que se compran por Ebay, pero ¿para qué sino exponen detrás de las vitrinas tantos zapatos y tantas maletas? El pelo muerto de millones de mujeres. Las lámparas hechas con piel humana. Me sobra este memorial, te lo susurro al oído mientras caminamos por una habitación de luz morada. Aquí el tiempo y el espacio siempre están de luto. Reflexiona me digo, piensa, comprende tu tiempo. Nunca has estado en Auschwitz, acepta esta derrota. Acepta la vitrina, a veces de cristal, a veces de celuloide. A veces de plasma. Salgo de Auschwitz cantando, ella está mal, la hago reír, ¿qué otra cosa puedo hacer sino hacer estallar su risa?


                                                                                                                                                                                                                                        Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie.

El cine después de Auschwitz es un acto de barbarie.

La imagen es un acto de barbarie.

La imagen de la imagen, acto de barbarie.

Aquel comando especial fotografiando es una barbarie de la barbarie.

Hacer estallar su risa un acto de barbarie.

¿Qué otra cosa íbamos sino a hacer? ¿Qué más se podía hacer sino actos de barbarie? De hecho lo único que tengo claro después de mi paseo, me niego a llamarlo visita, por Auschwitz, es que la poesía va de la mano de Auschwitz.

No paró. No se detuvo.

LAVIDAESIMPARABLE.

La poesía sucumbió en los hornos y supuraba en las heridas de los supervivientes.

LAVIDAESIMPARABLE.

La poesía calcinada.

La poesía naciendo en cada cabello que brotaba en las mujeres supervivientes. La poesía sucia. La poesía recuperada. LAPOESIANOPARA.

                                                                                                                                               

                                                                       

Las torres gemelas dije una vez, no paran de caer. Auschwitz no deja de suceder, una vez y otra vez, a cada instante. Es Auschwitz quién nos interroga. Es Auschwitz quién se pasea por nosotras y nos hace una foto. Es Auschwitz quién me ha visto situarme en medio de aquella nada, intentando aceptar que nada era como había imaginado. ¡Qué error intelectualizar algunas cosas, qué miedo saber lo que ahora sé!  Pensaba que lloraría, solo sentí una inmensa conexión con todo lo que me rodeaba. Es Auschwitz quién me ha visto responder al envite grabando con el móvil aquella flor, besando a Iratxe todas las veces que pude, a veces con vergüenza y sentimiento de culpa, pero el sentimiento era imparable. El horror, lo sentí solo entonces aunque ya lo había conocido en los libros, en las imágenes, en los testimonios y los relatos. En Auschwitz hice lo inimaginable, sentí la vida. Aún así siento que nunca me dijeron: “Auschwitz es bonito. Auschwitz te va a encantar. Pasearás. Te inundará una paz extraña, incluso inconcebible. Darás la mano a alguien, acariciarás su rostro en Auschwitz y querrás escribirle una no, cientos de poesías. Te besará en Auschwitz. Cantarán los pájaros en las mañanas, y habrá tanto silencio que una grieta hará brotar un pensamiento nuevo.” 

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DÉBORAH GARCÍA SÁNCHEZ-MARÍN